"La virgen de los sicarios". Dirigida por Barbet Schroeder. Protagonizada por Germán Jaramillo, Anderson Ballesteros, Juan David Restrepo, Manuel Busquets, Wilmar Agudelo, Juan Carlos Alvarez, Jairo Alzate, Zulma Arango, José Luis Bedoya, Cenobia Cano, Eduardo Carvajal, Olga Lucía Collazos. España / Francia / Colombia. Año 2000.
¿De qué se trata?
Colombia. En un departamento de estilo más o menos familiar para nosotros los latinacas, hay una fiesta "de ésas". Club de Toby. Men only. Fernando está feliz de regresar a Medellín, y más feliz aún porque tiene un bombón con pito incorporado sobre su cama. Fernando se come su bombón, y resulta que le quedó gustando. Así es que se lo lleva a su departamento, mira que en Medellín a veces hay días nublados, y es necesario con qué abrigarse en la cama... Pero entonces descubre que su precioso bombón, que responde al nombre de Alexis, tiene algunas pulgas bajo la correa. Por ejemplo, escucha música heavy a todo el volumen del equipo. O de cuando en cuando pasa gente alrededor suyo que trata cordialmente de enviarlo a fertilizar narcisos bajo una cómoda lápida. O que él mismo, por cualquier pequeñez, saca su arma y arregla cuentas a tiros. Al principio, Fernando se espanta lo suyo porque, rediez, es que Medellín no era así, hombre... Medellín era bonito, tranquilo, sosegao, y mira en lo que me lo han convertío, pues... Pero como le gusta el asuntillo con el chico, pues bien, se aguanta, y hasta empieza a disfrutarlo. En mala hora. Porque si te metes con Medellín, chico, entonces Medellín se mete contigo, y tú no quieres que Medellín se meta contigo, brother...
El espíritu de los tiempos.
¡Ah, los lejanos días del boom! Durante la segunda mitad del XX, con la influencia de Gabriel García Márquez y sus "Cien años de soledad", Latinoamérica evocaba un continente soñoliento y más inmutable que la Historia de China, una cosa estilo "El amor en los tiempos del cólera", o "Como agua para chocolate" o similar. De tarde en tarde salían narcos desde Latinoamérica, como el malvadísimo villano de "Fuerza Delta 2" o el de su contemporánea "Licencia para matar", pero eso no era toda Latinoamérica tampoco. Un buen día, una novela de un escritor llamado Fernando Vallejo, lo suficientemente apreciado por los culturetas como para que quizás, sólo quizás, algún día el General Gato le digne de hacer una visita a sus libros, cayó en las manos de Barbet Schroeder. Y éste decidió que quería hacer ese guión. Y lo llevó al cine. Sí, ya sé lo que están pensando. Un director francés que ocasionalmente ha reculado en Hollywood, haciendo una peli sobre Latinoamérica. Y no, no voy a defender ningún proteccionismo cultural, o ningún "Latinoamérica para los latinoamericanos". Si un director extralatinaca muestra la realidad latina y adapta una novela latina mejor que los directores de acá, sobrados en su soberbia "vengo de la Academia de cine y soy muy cultureta y qué", pues que así sea. No seré yo quien pierda el tiempo viendo los barruntes pseudoculturales de los defensores del proteccionismo cultural.
¿Por qué verla?
-- Partamos por la dirección. Está más que bien dirigida. No es una sorpresa. Barbet Schroeder, en activo desde filmes como "Sing-Sing", y que se ha hecho de un nombre con pelis como "Mariposas en la noche" o "El misterio Von Bülow", y que después intentó deslizarse con éxito más o menos relativo al cine hollywoodense más comercial ("El beso de la muerte", "Mujer soltera busca", "Medidas extremas", "Cálculo mortal"), aquí le dio una patada al tablero, cambiando Europa o Estados Unidos por Latinoamérica, y entregando una potente visión sobre la realidad colombiana, y latinoamericana en general, que no tiene concesiones de ningún tipo. Schroeder usa para rodar la cámara digital, por ese entonces una innovación procedente del movimiento Dogma, y le confiere con ello un grado de realismo y dureza aún mayor a una peli con un argumento ya de por sí crudo. Tampoco trata de retratar un Medellín ezque-Hollywood, lleno de glamour o con toques coloniales para que huela a realismo mágico; las calles y casas de Medellín que muestran podrían ser como locación casi cualquier escenario latinoamericano, de no ser por el peculiar sonsonete cantadito con el que hablan los colombianos. Con lo poco que había en términos de cantera de materiales, Barbet Schroeder se las arregla para extraer el máximo del ambiente y los escenarios, y recrea una gran historia.
-- La peli es una crítica contundente a muchas cosas. Desde luego que a la violencia desatada en Medellín, y al narcotráfico que, aunque casi invisible en la peli (otro punto a favor, no muestra la ciudad con el clásico retrato narcobananero hollywoodense), pareciera cruzar sus fibras por todos los personajes, de una manera u otra. Pero también es una durísima crítica a la intelectualidad latinoamericana. Fernando, el prota, es un escritor que viene desde España a recuperar el Medellín de su infancia, y es absolutamente incapaz de entender que las cosas han cambiado, y cuando por fin entiende, no se le ocurre nada mejor que sumergirse en el gusto de la jauría por la sangre humana. Y antes de hacerlo, se dedica a pontificar urbi et orbi como si él fuera el máximo dechado de la moral humana (¿a cuántos catedráticos universitarios y filósofos latinacas no me recuerda eso?). Emblemático en ese sentido, es su incapacidad para apreciar la música metalera que su bienamado trae, asunto que resuelve de una manera bien poco civilizada y más bien troglodita, cual es simplemente arrojar el equipo de música a la calle, sin pensar en que dicho equipo podría haberle servido a alguien más, o simplemente que con su acción hubiera podido machacarle la cabeza a un transeúnte (¡gran conciencia social, filósofo, gran conciencia social!). O de cómo no se es capaz de apreciar la música punk, hasta que ésta desaparece... Pero sí que trata de hacerle tragar al pobre muchacho sus sesiones de Maria Callas que, maestra era ella, por supuesto, pero que el chico acepta más bien porque si no, a la calle de nuevo a tratar de sobrevivir como se pueda, ante lo cual se limita a comentar que chilla como si la estuvieran ahorcando... O sea, en resumidas cuentas, tenemos una peli de denuncia y crítica social, pero sin héroes que nos muestren el otro lado. Hay que ser valiente para rodar una así, en estos tiempos...
-- El asuntillo ése del ñiruñiru hombre con hombre está más que bien resuelto. La relación homoerótica podría parecer un reclamo publicitario para que la vean los culturetas, ahora que la reivindicación de lo gay está tan de moda por contestatario, pero la peli está planteada de manera tal, que no podría funcionar de otra manera, de manera que ese elemento se transforma en imprescindible para la buena marcha del relato. Y tampoco trata de explotar el morbo de la situación. La peli es sobre un Medellín deprimido por la violencia, no sobre relaciones eróticas, y en esto la peli sigue una línea brillante, manteniendo los equilibrios entre lo provocativo y lo conservador.
-- La visión de lo religioso en la peli también es más que peculiar. Parece casi mentira, pero seguramente es así, que los bribones y los sicarios también tengan Dios al que rezarle. Y hasta le consagren sus balas (¿no se supone que los humanitos del otro lado también son Hijos Suyos?). El propio Fernando, ateo militante, también llegado el minuto se encuentra extraviado, desamparado por la Divinidad. No hay verdades ultramundanas reconfortantes ni éticas con moralina de peli Disney. Si Dios existe, en esta peli es claro que se ha olvidado de Medellín.
IDEAL PARA: Espectadores valientes que se atrevan con pelis incómodas, y políticamente incorrectas, mucho más que las pelis que se supone son políticamente incorrectas.
¿De qué se trata?
Colombia. En un departamento de estilo más o menos familiar para nosotros los latinacas, hay una fiesta "de ésas". Club de Toby. Men only. Fernando está feliz de regresar a Medellín, y más feliz aún porque tiene un bombón con pito incorporado sobre su cama. Fernando se come su bombón, y resulta que le quedó gustando. Así es que se lo lleva a su departamento, mira que en Medellín a veces hay días nublados, y es necesario con qué abrigarse en la cama... Pero entonces descubre que su precioso bombón, que responde al nombre de Alexis, tiene algunas pulgas bajo la correa. Por ejemplo, escucha música heavy a todo el volumen del equipo. O de cuando en cuando pasa gente alrededor suyo que trata cordialmente de enviarlo a fertilizar narcisos bajo una cómoda lápida. O que él mismo, por cualquier pequeñez, saca su arma y arregla cuentas a tiros. Al principio, Fernando se espanta lo suyo porque, rediez, es que Medellín no era así, hombre... Medellín era bonito, tranquilo, sosegao, y mira en lo que me lo han convertío, pues... Pero como le gusta el asuntillo con el chico, pues bien, se aguanta, y hasta empieza a disfrutarlo. En mala hora. Porque si te metes con Medellín, chico, entonces Medellín se mete contigo, y tú no quieres que Medellín se meta contigo, brother...
El espíritu de los tiempos.
¡Ah, los lejanos días del boom! Durante la segunda mitad del XX, con la influencia de Gabriel García Márquez y sus "Cien años de soledad", Latinoamérica evocaba un continente soñoliento y más inmutable que la Historia de China, una cosa estilo "El amor en los tiempos del cólera", o "Como agua para chocolate" o similar. De tarde en tarde salían narcos desde Latinoamérica, como el malvadísimo villano de "Fuerza Delta 2" o el de su contemporánea "Licencia para matar", pero eso no era toda Latinoamérica tampoco. Un buen día, una novela de un escritor llamado Fernando Vallejo, lo suficientemente apreciado por los culturetas como para que quizás, sólo quizás, algún día el General Gato le digne de hacer una visita a sus libros, cayó en las manos de Barbet Schroeder. Y éste decidió que quería hacer ese guión. Y lo llevó al cine. Sí, ya sé lo que están pensando. Un director francés que ocasionalmente ha reculado en Hollywood, haciendo una peli sobre Latinoamérica. Y no, no voy a defender ningún proteccionismo cultural, o ningún "Latinoamérica para los latinoamericanos". Si un director extralatinaca muestra la realidad latina y adapta una novela latina mejor que los directores de acá, sobrados en su soberbia "vengo de la Academia de cine y soy muy cultureta y qué", pues que así sea. No seré yo quien pierda el tiempo viendo los barruntes pseudoculturales de los defensores del proteccionismo cultural.
¿Por qué verla?
-- Partamos por la dirección. Está más que bien dirigida. No es una sorpresa. Barbet Schroeder, en activo desde filmes como "Sing-Sing", y que se ha hecho de un nombre con pelis como "Mariposas en la noche" o "El misterio Von Bülow", y que después intentó deslizarse con éxito más o menos relativo al cine hollywoodense más comercial ("El beso de la muerte", "Mujer soltera busca", "Medidas extremas", "Cálculo mortal"), aquí le dio una patada al tablero, cambiando Europa o Estados Unidos por Latinoamérica, y entregando una potente visión sobre la realidad colombiana, y latinoamericana en general, que no tiene concesiones de ningún tipo. Schroeder usa para rodar la cámara digital, por ese entonces una innovación procedente del movimiento Dogma, y le confiere con ello un grado de realismo y dureza aún mayor a una peli con un argumento ya de por sí crudo. Tampoco trata de retratar un Medellín ezque-Hollywood, lleno de glamour o con toques coloniales para que huela a realismo mágico; las calles y casas de Medellín que muestran podrían ser como locación casi cualquier escenario latinoamericano, de no ser por el peculiar sonsonete cantadito con el que hablan los colombianos. Con lo poco que había en términos de cantera de materiales, Barbet Schroeder se las arregla para extraer el máximo del ambiente y los escenarios, y recrea una gran historia.
-- La peli es una crítica contundente a muchas cosas. Desde luego que a la violencia desatada en Medellín, y al narcotráfico que, aunque casi invisible en la peli (otro punto a favor, no muestra la ciudad con el clásico retrato narcobananero hollywoodense), pareciera cruzar sus fibras por todos los personajes, de una manera u otra. Pero también es una durísima crítica a la intelectualidad latinoamericana. Fernando, el prota, es un escritor que viene desde España a recuperar el Medellín de su infancia, y es absolutamente incapaz de entender que las cosas han cambiado, y cuando por fin entiende, no se le ocurre nada mejor que sumergirse en el gusto de la jauría por la sangre humana. Y antes de hacerlo, se dedica a pontificar urbi et orbi como si él fuera el máximo dechado de la moral humana (¿a cuántos catedráticos universitarios y filósofos latinacas no me recuerda eso?). Emblemático en ese sentido, es su incapacidad para apreciar la música metalera que su bienamado trae, asunto que resuelve de una manera bien poco civilizada y más bien troglodita, cual es simplemente arrojar el equipo de música a la calle, sin pensar en que dicho equipo podría haberle servido a alguien más, o simplemente que con su acción hubiera podido machacarle la cabeza a un transeúnte (¡gran conciencia social, filósofo, gran conciencia social!). O de cómo no se es capaz de apreciar la música punk, hasta que ésta desaparece... Pero sí que trata de hacerle tragar al pobre muchacho sus sesiones de Maria Callas que, maestra era ella, por supuesto, pero que el chico acepta más bien porque si no, a la calle de nuevo a tratar de sobrevivir como se pueda, ante lo cual se limita a comentar que chilla como si la estuvieran ahorcando... O sea, en resumidas cuentas, tenemos una peli de denuncia y crítica social, pero sin héroes que nos muestren el otro lado. Hay que ser valiente para rodar una así, en estos tiempos...
-- El asuntillo ése del ñiruñiru hombre con hombre está más que bien resuelto. La relación homoerótica podría parecer un reclamo publicitario para que la vean los culturetas, ahora que la reivindicación de lo gay está tan de moda por contestatario, pero la peli está planteada de manera tal, que no podría funcionar de otra manera, de manera que ese elemento se transforma en imprescindible para la buena marcha del relato. Y tampoco trata de explotar el morbo de la situación. La peli es sobre un Medellín deprimido por la violencia, no sobre relaciones eróticas, y en esto la peli sigue una línea brillante, manteniendo los equilibrios entre lo provocativo y lo conservador.
-- La visión de lo religioso en la peli también es más que peculiar. Parece casi mentira, pero seguramente es así, que los bribones y los sicarios también tengan Dios al que rezarle. Y hasta le consagren sus balas (¿no se supone que los humanitos del otro lado también son Hijos Suyos?). El propio Fernando, ateo militante, también llegado el minuto se encuentra extraviado, desamparado por la Divinidad. No hay verdades ultramundanas reconfortantes ni éticas con moralina de peli Disney. Si Dios existe, en esta peli es claro que se ha olvidado de Medellín.
IDEAL PARA: Espectadores valientes que se atrevan con pelis incómodas, y políticamente incorrectas, mucho más que las pelis que se supone son políticamente incorrectas.
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