"Scaramouche". Dirigida por George Sidney. Protagonizada por Stewart Granger, Eleanor Parker, Janet Leigh, Mel Ferrer, Henry Wilcoxon, Nina Foch, Richard Anderson, Robert Coote, Lewis Stone, Elisabeth Risdon. Estados Unidos. Año 1952.
¿De qué se trata?
Estamos en la Francia prerrevolucionaria. Para ser más específicos, en la anterior a la de 1789 (hubo después revoluciones en 1830, 1848, 1871, y ya no hablemos de Brigitte Bardot en "Barbarella"). Volviendo a la trama: en la Francia anterior a 1789, un asesino con patente de corso por ser aristócrata, que disfraza sus crímenes como duelos a espada, recibe la comisión de terminar con un tal "Marcus Brutus", que hace llegar panfletos sediciosos de tipo "libertad, igualdad, fraternidad", hasta las altas autoridades. Su premio: una bella chica de la corte de la reina María Antonieta. ¿Quién parará pies a este temible villano? Paralelamente, un tal André se fuga a París, en busca de una actriz a la que pretende. En medio de estas peripecias, André es contactado por la familia que le ha criado como un hijo (el prota, fiel al lugar común, desconoce el misterio de su propio origen): y es que su "hermano adoptivo" es nada menos que el buscado Marcus Brutus. Por esas coincidencias del folletín clásico, el chico bueno se encuentra con la chica del malo. Hay flechazo instantáneo, pero el prota se entera entonces de dos cosas desagradables: la chica aristócrata que le gusta es su hermana, y el padre común de ambos está muerto. Pero no para ahí: el villano consigue echarle mano a Marcus Brutus, quien haciendo gala de su seudónimo de bruto, se deja provocar estúpidamente a duelo, y es asesinado como en verdad se lo merecía, por estúpido. Opera entonces el cambio mágico en André: al ver el cadáver de su tierno familiar, jura tomar venganza (ya sé que suena gay, pero lo siento, yo no escribí el guión). Como no lo logra a la primera, se esconde en la compañía teatral de su primera amada, en donde adopta el papel de Scaramouche, el borrachín de la commedia dell'arte. Ahora, Scaramouche no es sólo un actor: es también la máscara y el rostro de la venganza... y de la justicia.
El espíritu de los tiempos.
En el siglo XVI se desarrolló esa forma de comedia popular italiana llamada commedia dell'arte, que era pura improvisación basada en papeles estereotipados interpretados por actores entrenados en su único carácter. La influencia de la commedia dell'arte en la posteridad ha sido inmensa: basta ver cuántos artistas han pintado o escrito sobre Pierrot, Polichinela, Colombina, etcétera, mientras que el viejo avaro Pantalone le dio nombre a la prenda de vestir para las piernas. Uno de sus personajes, el borracho Scaramouche, le dio una luminosa idea a un tal Rafael Sabatini para escribir un truculento folletín, "Scaramouche", cuyo éxito fue tan resonante que ya en 1923 fue objeto de una adaptación muda. En 1952 el cine, necesitado de espectacularidad para luchar contra la naciente televisión, echó mano a dicho clásico e hizo este remake. La historia no dejó de tener problemas con la estricta censura de la época, debido a las insinuaciones de amores incestuosos, y también extramaritales, pero los trabajos valieron la pena: el "Scaramouche" de 1952 es, sin lugar a dudas, un clásico dentro del género de capa y espada en el cine. Tanto, que ya ven como el concepto del payaso enmascarado haciendo justicia no lo inventó "V por venganza"...
¿Por qué verla?
- Como dijimos, es un clásico del género de capa y espada. Consigue el mérito de mantener un ritmo trepidante y no decaer en ningún minuto, y eso visto desde una perspectiva del siglo XXI, época en la que el grueso del cine del siglo XX preInternet se ve adocenado y reptantemente lento, y debe verse muchas veces aguantando bostezos. Por el contrario, "Scaramouche" se mantiene fresca como el primer día.
- Los actores. Stewart Granger, al tope de la bandera con roles como Allan Quatermain en "Las minas del Rey Salomón", compone un protagonista carismático, tanto cuando es un irresponsable sinvergüenza, como después durante su metamorfosis posterior en un héroe enmascarado (o no tanto). A su lado las dos chicas se lucen en belleza y carácter. Eleanor Parker compone a una deseable y apasionada pelirroja, también con mucho carisma, que contrasta con la belleza gélida e intocable de Janet Leigh como la chica aristócrata que se debate entre mostrar o no sus sentimientos (esta Janet Leigh interpretará ocho años después el protagónico femenino en "Psicosis" de Hitchcock). El cuarteto es completado por un Mel Ferrer haciendo un estupendo rol como villano estirado y pedante.
- La historia... ¿Qué decir de la historia...? Pues bien, es puro folletín: protagonista de orígenes desconocidos que se esconde tras una máscara, dos chicas, posible amor incestuoso, duelos a espada, muchas peripecias... Aventura pura y dura, sin pretensiones, a la vena. La trama, de rato en rato, se hace bastante complicada, y quizás el filme se hubiera beneficiado de un mejor trabajo de edición, en vez de hacer tanta elipsis que obliga al espectador a reconstruir un poco los acontecimientos a medida que pasan. Por supuesto que, en la mejor tradición folletinesca, la ambientación en la Francia de 1789 es un puro detalle anecdótico: al igual que la commedia dell'arte, el escenario es un puro telón pintado.
- Mención especial para el duelo final a espada entre el héroe y el villano. No adelantaremos detalles, pero digamos que es uno de los mejores enfrentamientos finales que el cine ha visto jamás.
IDEAL PARA: Entretenerse, entretenerse, entretenerse.
¿De qué se trata?
Estamos en la Francia prerrevolucionaria. Para ser más específicos, en la anterior a la de 1789 (hubo después revoluciones en 1830, 1848, 1871, y ya no hablemos de Brigitte Bardot en "Barbarella"). Volviendo a la trama: en la Francia anterior a 1789, un asesino con patente de corso por ser aristócrata, que disfraza sus crímenes como duelos a espada, recibe la comisión de terminar con un tal "Marcus Brutus", que hace llegar panfletos sediciosos de tipo "libertad, igualdad, fraternidad", hasta las altas autoridades. Su premio: una bella chica de la corte de la reina María Antonieta. ¿Quién parará pies a este temible villano? Paralelamente, un tal André se fuga a París, en busca de una actriz a la que pretende. En medio de estas peripecias, André es contactado por la familia que le ha criado como un hijo (el prota, fiel al lugar común, desconoce el misterio de su propio origen): y es que su "hermano adoptivo" es nada menos que el buscado Marcus Brutus. Por esas coincidencias del folletín clásico, el chico bueno se encuentra con la chica del malo. Hay flechazo instantáneo, pero el prota se entera entonces de dos cosas desagradables: la chica aristócrata que le gusta es su hermana, y el padre común de ambos está muerto. Pero no para ahí: el villano consigue echarle mano a Marcus Brutus, quien haciendo gala de su seudónimo de bruto, se deja provocar estúpidamente a duelo, y es asesinado como en verdad se lo merecía, por estúpido. Opera entonces el cambio mágico en André: al ver el cadáver de su tierno familiar, jura tomar venganza (ya sé que suena gay, pero lo siento, yo no escribí el guión). Como no lo logra a la primera, se esconde en la compañía teatral de su primera amada, en donde adopta el papel de Scaramouche, el borrachín de la commedia dell'arte. Ahora, Scaramouche no es sólo un actor: es también la máscara y el rostro de la venganza... y de la justicia.
El espíritu de los tiempos.
En el siglo XVI se desarrolló esa forma de comedia popular italiana llamada commedia dell'arte, que era pura improvisación basada en papeles estereotipados interpretados por actores entrenados en su único carácter. La influencia de la commedia dell'arte en la posteridad ha sido inmensa: basta ver cuántos artistas han pintado o escrito sobre Pierrot, Polichinela, Colombina, etcétera, mientras que el viejo avaro Pantalone le dio nombre a la prenda de vestir para las piernas. Uno de sus personajes, el borracho Scaramouche, le dio una luminosa idea a un tal Rafael Sabatini para escribir un truculento folletín, "Scaramouche", cuyo éxito fue tan resonante que ya en 1923 fue objeto de una adaptación muda. En 1952 el cine, necesitado de espectacularidad para luchar contra la naciente televisión, echó mano a dicho clásico e hizo este remake. La historia no dejó de tener problemas con la estricta censura de la época, debido a las insinuaciones de amores incestuosos, y también extramaritales, pero los trabajos valieron la pena: el "Scaramouche" de 1952 es, sin lugar a dudas, un clásico dentro del género de capa y espada en el cine. Tanto, que ya ven como el concepto del payaso enmascarado haciendo justicia no lo inventó "V por venganza"...
¿Por qué verla?
- Como dijimos, es un clásico del género de capa y espada. Consigue el mérito de mantener un ritmo trepidante y no decaer en ningún minuto, y eso visto desde una perspectiva del siglo XXI, época en la que el grueso del cine del siglo XX preInternet se ve adocenado y reptantemente lento, y debe verse muchas veces aguantando bostezos. Por el contrario, "Scaramouche" se mantiene fresca como el primer día.
- Los actores. Stewart Granger, al tope de la bandera con roles como Allan Quatermain en "Las minas del Rey Salomón", compone un protagonista carismático, tanto cuando es un irresponsable sinvergüenza, como después durante su metamorfosis posterior en un héroe enmascarado (o no tanto). A su lado las dos chicas se lucen en belleza y carácter. Eleanor Parker compone a una deseable y apasionada pelirroja, también con mucho carisma, que contrasta con la belleza gélida e intocable de Janet Leigh como la chica aristócrata que se debate entre mostrar o no sus sentimientos (esta Janet Leigh interpretará ocho años después el protagónico femenino en "Psicosis" de Hitchcock). El cuarteto es completado por un Mel Ferrer haciendo un estupendo rol como villano estirado y pedante.
- La historia... ¿Qué decir de la historia...? Pues bien, es puro folletín: protagonista de orígenes desconocidos que se esconde tras una máscara, dos chicas, posible amor incestuoso, duelos a espada, muchas peripecias... Aventura pura y dura, sin pretensiones, a la vena. La trama, de rato en rato, se hace bastante complicada, y quizás el filme se hubiera beneficiado de un mejor trabajo de edición, en vez de hacer tanta elipsis que obliga al espectador a reconstruir un poco los acontecimientos a medida que pasan. Por supuesto que, en la mejor tradición folletinesca, la ambientación en la Francia de 1789 es un puro detalle anecdótico: al igual que la commedia dell'arte, el escenario es un puro telón pintado.
- Mención especial para el duelo final a espada entre el héroe y el villano. No adelantaremos detalles, pero digamos que es uno de los mejores enfrentamientos finales que el cine ha visto jamás.
IDEAL PARA: Entretenerse, entretenerse, entretenerse.
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