"The Assassination of Richard Nixon". Dirigida por Niels Müeller. Protagonizada por Sean Penn, Naomi Watts, Don Cheadle, Jack Thompson, Brad William Henke, Nick Searcy, Michael Wincott. Estados Unidos / México. Año 2004.
¿De qué se trata?
Sam Bicke es básicamente un perdedor. Y para mayor desgracia, es un perdedor en los '70s, la década prodigiosa del surgimiento del funky, el black power, y por tanto, de la apertura sexual y de la "década del yo". El tipo es contratado para vender muebles, y le meten a la pasada un turro de libros de autoayuda y superación, y peor aún, CINTAS DE AUDIO de autoayuda y superación. Pero nada funciona. Como vendedor de muebles es alguien, cómo decirlo, no especialmente incompetente, pero tampoco es una luminaria de las grandes ventas. Por otra parte su esposa no quiere saber nada de él. Embarcado en una lucha por ser alguien y pertenecer a algo, comenzará a achacarle la culpa de todos sus problemas a los poderosos, aquellos quienes monopolizan para sí el sueño americano. Lentamente, la sombra de Richard Nixon, el peor de los poderosos, comienza a cernirse sobre él. De manera que cuando la esposa se divorcia y su empeño infantil de lanzarse al campo empresarial comienza a irse a pique, decide que hará algo radical: le enviará cintas grabadas con sus memorias a Leonard Bernstein, el afamado director de orquesta, y diseñará un atentado terrorista para acabar con la vida del Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon.
El espíritu de los tiempos.
Ya ni las cintas para protestar contra las injusticias del sistema son lo que eran. Antes, los enemigos del sistema eran idealistas como Edward R. Murrow ("Buenas noches y buena suerte"), empresarios innovadores como Larry Flint ("El nombre del escándalo"), o esforzados trabajadores ganándose el pan litigando contra las grandes compañías como Erin Brockovich ("Erin Brockovich", precisamente), y también había lugar para los idealistas trágicos como... como... ¿cómo es que se llamaba ése abogado sidítico? Ya saben, el que hacía Tom Hanks en "Filadelfia". Bueh, no importa. Y cuando tocaba el turno de los antisociales y los casos clínicos, eran sujetos revestidos de un aura romántica y trágica, como Robert de Niro en "Taxi Driver" o Michael Douglas en "Un día de furia". Pero en la actualidad, parece que ser el Enemy Number 1 del sistema es algo pasado de moda. En esta película vemos que el enemigo del sistema es un pobre diablo que, bien mirado, se tiene bien merecido todo lo que le pasa, por anodino, y cuyo destino final no tiene nada de pathos (vale, soy un pedante, lo diré de otra manera: no tiene nada de tragedia ni altas pasiones). Quizás sea mejor criticar al sistema en clave de comedia amable, como lo hace "En buena compañía", que consigue sacar mejores dividendos en clave de comedia romántica (yeah, the times, they're changing!).
¿Por qué verla?
- La interpretación de Sean Penn. No es lo mejor que se le ha visto, y es más que un poco reminiscente de su rol en "Yo soy Sam" (sintomáticamente, este personaje también se llama Sam). Pero sigue siendo un buen papel, que aunque no consigue identificación con el público, sí consigue construir un personaje coherente y creíble en lo que, dicho con franqueza brutal, es un caso de psicosis clínica galopante a campo traviesa.
- El guión afinado y la cinematografía intencionadamente descuidada, crean un cierto ambiente, no diremos intimista, pero sí alejado de la grandilocuencia propia de los filmes del individuo solo contra el sistema. Aquí queda claro que importa el retrato del hombre, no la valoración lacrimógena de la justicia o injusticia su causa. Algo que Hollywood olvida, cuando toma esta clase de historias y las convierte en apologías de héroes sobrehumanos sacrificándose por su causa.
- Cierta deliberada ambigüedad en el tratamiento de la historia. ¿Es realmente el protagonista un héroe que lucha por la libertad, y que cruza la línea ahogado por las circunstancias? ¿O más bien es un pobre payaso que no hace sino echarle la culpa a los demás de sus propios fracasos y es siquiátricamente incapaz de asumir ninguna responsabilidad por su propia vida...? Es un problema interesante, y no tan alejado de la realidad, el de los infelices que se visten con la bandera o la cruz y aparentan idealismo (y en muchos casos convencen), porque son inmaduros que quieren ver a todo el mundo adaptado a ellos mismos, en vez de hacer ellos un esfuerzo por adaptarse al mundo.
IDEAL PARA: Ver en un taller de psicología o psiquiatría básica.
¿De qué se trata?
Sam Bicke es básicamente un perdedor. Y para mayor desgracia, es un perdedor en los '70s, la década prodigiosa del surgimiento del funky, el black power, y por tanto, de la apertura sexual y de la "década del yo". El tipo es contratado para vender muebles, y le meten a la pasada un turro de libros de autoayuda y superación, y peor aún, CINTAS DE AUDIO de autoayuda y superación. Pero nada funciona. Como vendedor de muebles es alguien, cómo decirlo, no especialmente incompetente, pero tampoco es una luminaria de las grandes ventas. Por otra parte su esposa no quiere saber nada de él. Embarcado en una lucha por ser alguien y pertenecer a algo, comenzará a achacarle la culpa de todos sus problemas a los poderosos, aquellos quienes monopolizan para sí el sueño americano. Lentamente, la sombra de Richard Nixon, el peor de los poderosos, comienza a cernirse sobre él. De manera que cuando la esposa se divorcia y su empeño infantil de lanzarse al campo empresarial comienza a irse a pique, decide que hará algo radical: le enviará cintas grabadas con sus memorias a Leonard Bernstein, el afamado director de orquesta, y diseñará un atentado terrorista para acabar con la vida del Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon.
El espíritu de los tiempos.
Ya ni las cintas para protestar contra las injusticias del sistema son lo que eran. Antes, los enemigos del sistema eran idealistas como Edward R. Murrow ("Buenas noches y buena suerte"), empresarios innovadores como Larry Flint ("El nombre del escándalo"), o esforzados trabajadores ganándose el pan litigando contra las grandes compañías como Erin Brockovich ("Erin Brockovich", precisamente), y también había lugar para los idealistas trágicos como... como... ¿cómo es que se llamaba ése abogado sidítico? Ya saben, el que hacía Tom Hanks en "Filadelfia". Bueh, no importa. Y cuando tocaba el turno de los antisociales y los casos clínicos, eran sujetos revestidos de un aura romántica y trágica, como Robert de Niro en "Taxi Driver" o Michael Douglas en "Un día de furia". Pero en la actualidad, parece que ser el Enemy Number 1 del sistema es algo pasado de moda. En esta película vemos que el enemigo del sistema es un pobre diablo que, bien mirado, se tiene bien merecido todo lo que le pasa, por anodino, y cuyo destino final no tiene nada de pathos (vale, soy un pedante, lo diré de otra manera: no tiene nada de tragedia ni altas pasiones). Quizás sea mejor criticar al sistema en clave de comedia amable, como lo hace "En buena compañía", que consigue sacar mejores dividendos en clave de comedia romántica (yeah, the times, they're changing!).
¿Por qué verla?
- La interpretación de Sean Penn. No es lo mejor que se le ha visto, y es más que un poco reminiscente de su rol en "Yo soy Sam" (sintomáticamente, este personaje también se llama Sam). Pero sigue siendo un buen papel, que aunque no consigue identificación con el público, sí consigue construir un personaje coherente y creíble en lo que, dicho con franqueza brutal, es un caso de psicosis clínica galopante a campo traviesa.
- El guión afinado y la cinematografía intencionadamente descuidada, crean un cierto ambiente, no diremos intimista, pero sí alejado de la grandilocuencia propia de los filmes del individuo solo contra el sistema. Aquí queda claro que importa el retrato del hombre, no la valoración lacrimógena de la justicia o injusticia su causa. Algo que Hollywood olvida, cuando toma esta clase de historias y las convierte en apologías de héroes sobrehumanos sacrificándose por su causa.
- Cierta deliberada ambigüedad en el tratamiento de la historia. ¿Es realmente el protagonista un héroe que lucha por la libertad, y que cruza la línea ahogado por las circunstancias? ¿O más bien es un pobre payaso que no hace sino echarle la culpa a los demás de sus propios fracasos y es siquiátricamente incapaz de asumir ninguna responsabilidad por su propia vida...? Es un problema interesante, y no tan alejado de la realidad, el de los infelices que se visten con la bandera o la cruz y aparentan idealismo (y en muchos casos convencen), porque son inmaduros que quieren ver a todo el mundo adaptado a ellos mismos, en vez de hacer ellos un esfuerzo por adaptarse al mundo.
IDEAL PARA: Ver en un taller de psicología o psiquiatría básica.
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