"La doublure". Dirigida por Francis Veber. Protagonizada por Gad Elmaleh, Alice Taglioni, Daniel Auteuil, Kristin Scott Thomas, Richard Berry, Virginie Ledoyen, Dany Boon, Michel Jonasz. Francia. Año 2006.
¿De qué se trata?
La vida de François Pignon es, ¿cómo decirlo?, un poco triste. Pretende desde niñito a una fermosa chica, la cual parece que viniera esculpida para la posteridad, tanto por sus apolíneas formas (es Virginie Ledoyen, ¿OK?) como por tener un bloque de mármol por cerebro, ya que le dice la misma estupidez de siempre ("te quiero como a un hermano", etcétera). Ese mismo día, por accidente, le llueve la suerte desde el cielo: ha salido por pura chiripa en la misma foto paparazzi que un reconocido magnate, y con la modelo que es "amiguita" de éste. Por supuesto que la esposa del magnate está que chirria los dientes, así que el magnate inventa una mentira que no se la cree ni él: en realidad, la modelo era novia del otro tipo, el que iba pasando por la calle, no de él, y que él era el que de verdad estaba pasando por la calle. De la noche a la mañana, nuestro adorable perdedor que no tiene perro que le aúlle, se ve del brazo de una neumática modelo que está en el negocio (igual que él), porque el millonario les paga un crecido soborno para que ambos finjan ser pololos/novios/atracantes. Por supuesto que la esposa se pone sospechosienta, y empieza a perseguirlos con investigadores privados. Por supuesto que la chica linda-pero-tonta decide que está sufriendo mucho porque su pretendiente se echó a volar. Por supuesto que el tipo pasa a ser mejor considerado (y envidiado) por sus amiguetes. Por supuesto que el millonario se pone furioso porque a lo mejor su amante se la pega con el simplón de Pignon. Y como esto es una comedia, por supuesto que terminará del modo más amable posible (aunque el magnate millonario podría opinar algo bien diverso, claro está).
El espíritu de los tiempos.
La comedia de enredos es tan vieja como la Antigua Grecia, al menos (busquen Menandro o Plauto en la Wikipedia y verán). Me refiero a esa comedia liviana de parejas cruzadas, y del millonario malo-pero-simpático que lo enreda todo para cubrir sus trapacerías, hasta que al final el nudo se desanuda y cada oveja termina con su pareja. "Mi otro yo" es una comedia de enredos amorosos clásica hasta la médula, y por ende difícilmente podría decirse de ella que refleja algo de nuestra temporalidad. Aún así, es un distinguido canapé en medio de la oferta fílmica. No en balde viene con ese sello especial que saben darle los franceses a sus comedias, y además viene rodada por Francis Veber, quien hace algunos años nos mostró la vitriólica "El placard", que era mejor, pero a la cual "Mi otro yo" no desmerece, en realidad.
¿Por qué verla?
- Lo dicho. Es una clásica amable comedia de enredos amorosos. Una parejita tiene que esconder su romance, otra parejita es ideal, pero ella no sabe que es ideal... Y al final todo acabará como tiene que acabar. O casi. Explota también la fórmula del jovencito "de la baja" que por azares del destino tiene un golpe de suerte al cruzarse en los líos "de la alta". O sea, cabe echarse hacia atrás en el asiento, relajarse y disfrutar sin mayores complejos. En particular porque tiene ese fino y característico humor francés, centrado más en las situaciones y personajes que en el gag rápido, y que por ende se paladea suavemente y con gusto, en vez de soltar una risotada que después se pasa rápido. Quizás se hubiera agradecido un poquito más de garra en lo referente a explotar la idea, que de por sí da para una elaboradísima crítica social, pero el tono deliberadamante frívolo no incomoda.
- Las chicas... ¡oh là là! El personaje de la modelo es un sueño hecho realidad: no sólo tiene un cuerpazo de escándalo, sino que además es comprensiva, inteligente y cariñosa, y sin ningún aire de diva, y cuando tiene que cambiar su cómodo palacete por una casita a medio caerse en los suburbios, no protesta ni se queja, ni mira en menos al pobre proletario que recibe a la suerte amarrada y en la puerta de la casa. Ojalá hubiera de verdad alguna modelo así. Pero como el cine es la fábrica de los sueños, está bien. Además, todas estas cualidades superlativas son más que bien servidas por Alice Taglioni, así es que no hay de qué quejarse. Incluso hasta se perdona el pudor de mostrarla sólo en una ajustadísima minifalda o con poleras ceñidas, y no en bikini o en lencería, como de seguro hubieran hecho si fuera una de Hollywood. En comparación, Virginie Ledoyen (conocida como el bikini con patas que apareció en "La playa", con Leonardo DiCaprio) hace un papel casi de adorno, de chica bonita, y tratándose de ella, lo hace bien. Y mención especial se lleva la legendaria Kristin Scott Thomas como la esposa del millonario, envejecida desde los tiempos que actuara en "Perversa luna de hiel" o "Cuatro bodas y un funeral", e hiciera un glorioso desnudo para "El paciente inglés", pero que aún es una estupenda gran señora, y llena con su presencia la pantalla las poquitas veces que aparece.
IDEAL PARA: Relajarse y disfrutar con una comedia fina.
¿De qué se trata?
La vida de François Pignon es, ¿cómo decirlo?, un poco triste. Pretende desde niñito a una fermosa chica, la cual parece que viniera esculpida para la posteridad, tanto por sus apolíneas formas (es Virginie Ledoyen, ¿OK?) como por tener un bloque de mármol por cerebro, ya que le dice la misma estupidez de siempre ("te quiero como a un hermano", etcétera). Ese mismo día, por accidente, le llueve la suerte desde el cielo: ha salido por pura chiripa en la misma foto paparazzi que un reconocido magnate, y con la modelo que es "amiguita" de éste. Por supuesto que la esposa del magnate está que chirria los dientes, así que el magnate inventa una mentira que no se la cree ni él: en realidad, la modelo era novia del otro tipo, el que iba pasando por la calle, no de él, y que él era el que de verdad estaba pasando por la calle. De la noche a la mañana, nuestro adorable perdedor que no tiene perro que le aúlle, se ve del brazo de una neumática modelo que está en el negocio (igual que él), porque el millonario les paga un crecido soborno para que ambos finjan ser pololos/novios/atracantes. Por supuesto que la esposa se pone sospechosienta, y empieza a perseguirlos con investigadores privados. Por supuesto que la chica linda-pero-tonta decide que está sufriendo mucho porque su pretendiente se echó a volar. Por supuesto que el tipo pasa a ser mejor considerado (y envidiado) por sus amiguetes. Por supuesto que el millonario se pone furioso porque a lo mejor su amante se la pega con el simplón de Pignon. Y como esto es una comedia, por supuesto que terminará del modo más amable posible (aunque el magnate millonario podría opinar algo bien diverso, claro está).
El espíritu de los tiempos.
La comedia de enredos es tan vieja como la Antigua Grecia, al menos (busquen Menandro o Plauto en la Wikipedia y verán). Me refiero a esa comedia liviana de parejas cruzadas, y del millonario malo-pero-simpático que lo enreda todo para cubrir sus trapacerías, hasta que al final el nudo se desanuda y cada oveja termina con su pareja. "Mi otro yo" es una comedia de enredos amorosos clásica hasta la médula, y por ende difícilmente podría decirse de ella que refleja algo de nuestra temporalidad. Aún así, es un distinguido canapé en medio de la oferta fílmica. No en balde viene con ese sello especial que saben darle los franceses a sus comedias, y además viene rodada por Francis Veber, quien hace algunos años nos mostró la vitriólica "El placard", que era mejor, pero a la cual "Mi otro yo" no desmerece, en realidad.
¿Por qué verla?
- Lo dicho. Es una clásica amable comedia de enredos amorosos. Una parejita tiene que esconder su romance, otra parejita es ideal, pero ella no sabe que es ideal... Y al final todo acabará como tiene que acabar. O casi. Explota también la fórmula del jovencito "de la baja" que por azares del destino tiene un golpe de suerte al cruzarse en los líos "de la alta". O sea, cabe echarse hacia atrás en el asiento, relajarse y disfrutar sin mayores complejos. En particular porque tiene ese fino y característico humor francés, centrado más en las situaciones y personajes que en el gag rápido, y que por ende se paladea suavemente y con gusto, en vez de soltar una risotada que después se pasa rápido. Quizás se hubiera agradecido un poquito más de garra en lo referente a explotar la idea, que de por sí da para una elaboradísima crítica social, pero el tono deliberadamante frívolo no incomoda.
- Las chicas... ¡oh là là! El personaje de la modelo es un sueño hecho realidad: no sólo tiene un cuerpazo de escándalo, sino que además es comprensiva, inteligente y cariñosa, y sin ningún aire de diva, y cuando tiene que cambiar su cómodo palacete por una casita a medio caerse en los suburbios, no protesta ni se queja, ni mira en menos al pobre proletario que recibe a la suerte amarrada y en la puerta de la casa. Ojalá hubiera de verdad alguna modelo así. Pero como el cine es la fábrica de los sueños, está bien. Además, todas estas cualidades superlativas son más que bien servidas por Alice Taglioni, así es que no hay de qué quejarse. Incluso hasta se perdona el pudor de mostrarla sólo en una ajustadísima minifalda o con poleras ceñidas, y no en bikini o en lencería, como de seguro hubieran hecho si fuera una de Hollywood. En comparación, Virginie Ledoyen (conocida como el bikini con patas que apareció en "La playa", con Leonardo DiCaprio) hace un papel casi de adorno, de chica bonita, y tratándose de ella, lo hace bien. Y mención especial se lleva la legendaria Kristin Scott Thomas como la esposa del millonario, envejecida desde los tiempos que actuara en "Perversa luna de hiel" o "Cuatro bodas y un funeral", e hiciera un glorioso desnudo para "El paciente inglés", pero que aún es una estupenda gran señora, y llena con su presencia la pantalla las poquitas veces que aparece.
IDEAL PARA: Relajarse y disfrutar con una comedia fina.
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