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jueves, 19 de julio de 2012

"Cena a las ocho" (1933).

-- "Dinner at Eight". Estados Unidos. Año 1933.
-- Dirección: George Cukor.
-- Actuación: Marie Dressler, John Barrymore, Wallace Beery, Jean Harlow, Lionel Barrymore, Lee Tracy, Edmund Lowe, Billie Burke, Madge Evans, Jean Hersholt, Karen Morley, Louise Closser Hale, Phillips Holmes, May Robson, Grant Mitchell.
-- Guión: Frances Marion y Herman J. Mankiewicz, basados en la obra de George S. Kaufman y Edna Ferber, con diálogos adicionales de Donald Ogden Stewart.
-- Banda Sonora: William Axt.

-- "Cena a las ocho" en IMDb.
-- "Cena a las ocho" en la Wikipedia en inglés.

¿DE QUÉ SE TRATA?

Los estiradetes British apellido-esto-o-aquello vienen a América, y una señora socialité decide que les va a organizar una cena. Como se estila en la alta, o sea, de mantel largo, con productos de lo más finolis, y con eso de invitar y confirmar, y si no pueden, que se avisa que no se puede para que el anfitrión (anfitriona, en este caso) tenga tiempo de invitar a otras personas y que la mesa no se vea vacía. Y todo eso, para conversar sobre lo caliente que es el aire caliente, si me entienden. En fin. Resulta que mientras ella organiza su cena, su maridito está yéndose literalmente a pique, porque la empresa naviera que maneja y que ha permanecido en sus manos por generaciones y generaciones y generaciones y todo eso, está siendo objeto de una compra hostil por parte de un accionista misterioso (¡uh, sí, mira qué gran misterio, si a los cinco minutos se adivina quién!). Al mismo tiempo circula un encumbrao new rich, a quien la nueva fortuna no le quita sus zarrapastrosos viejos modales, y que se ha casao con una chica linda que antiguamente tenía uno de esos trabajos que ninguna chica decente confiesa (bueno, eran los '30s...). Ronda también un médico que tiene sus qué por aquí o por allá. Y una actriz medio arruinada porque solía ser linda-bonita-pretty, y ahora de viejona no la cotizan ni por nada. Y un actor también arruinado, porque verán, cuando tenía estampa y estaba gallardo tenía pega, pero ahora que inventaron el chisme infernal ése, el cine sonoro que le llaman, está básicamente acabado. ¿Y ya mencionamos que la hijilla de la anfitriona, que está por casarse con su noviecito, tiene un asuntillo de ésos que involucran actividades sucias entre macho y hembra, pero por fuera de su noviazgo...? El caos está servido (o no, eso es cuestión de perspectiva).

EL ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS.

El cine 1929-1934 (el llamado "Cine Pre-Code" o cine anterior al Código Hays) presentó algunas características bastante especiales. En 1929 las pelis sufrieron un severo upgrade cuando se inventó el sonoro, y por fin el séptimo arte adquirió carta de naturaleza por sí mismo (que ya no parecía teatro filmado ni pantomima filmada, vamos, dicho sea esto con todo el respeto para clásicos imperecederos como "La quimera del oro" o "El maquinista de la General", entre otros hitos del mudo). Pero resulta que al empezar a escucharse los diálogos, los grupos tizquizmizquis de siempre (ya saben, los grupos "¿¿¿¡¡¡ALGUIEN QUIERE PENSAR EN LOS NIÑOS, POR FAVOR!!!???") pusieron el grito en el cielo, porque ahora en el cine... ¡se escuchaban cosas! ¡Sexo! ¡Drogas! ¡Delitos! Y como ya sabemos que el cine no se trata de entretener ni de impulsar ideas, sino de adoctrinar a toda la gente para que sean buenos cristianitos, no vaya a ser cosa que la gente se degenere y se atreva a pensar por sí misma, dichos grupos (o sea, la minoría vociferante de siempre, con la complicidad de los mamones bienpensantes que en lo interno se oponen y en lo externo no tienen las agallas de pararle pies a los beaturrones de toda la vida), al final acabó levantándose el Código Hays de censura, principal responsable de que el cine hollywoodense de los '30s, '40s, '50s y primeros '60s se vea ñoño y ramplón en la actualidad (cuando no mórbido y sucio, porque si los cineastas querían ponerse dirties, tenían que rebuscárselas, al estilo hitchcockiano, con el consiguiente efecto de suciedad inherente a todo lo que se muestra de manera oblicua...). "Cena a las ocho" es una de las últimas pelis pre-Code que se rodaron. Lo que le da un aura extraña. Porque por un lado, luce sorprendentemente moderna en el tratamiento de distintas temáticas un tanto descarnadas para lo que uno esperaría del cine de los '30s (con "moderno" no queremos decir "explícito", de todas maneras, pero que en el cine de esa época el guión incluyera sexo prematrimonial, aunque no lo mostrara, era algo bastante... naturalista, ehm). Pero por el otro, tiene todos los tics y vicios que hacen al cine antiguo tan difícil de ver (progresión de la acción a paso de caracol, actuaciones y tratamiento teatral de las escenas, etcétera). Sin lugar a dudas una peli especial. Desde el punto de vista histórico, aunque sea.

¿POR QUÉ VERLA?

-- No diré que la peli entera es entretenida, que no lo es (de hecho, a ratos es un muermo), pero tiene sus momentos. El problema pareciera ser que no quiere decantarse ni por el lado del drama, ni por el de la comedia, y por lo tanto, acaba por faltarle fuelle en ambas direcciones. Los momentos dramáticos son dramáticos, pero no conmovedores, y los momentos de comedia son divertidos, pero no rompedores, para que nos entendamos. Tampoco ayuda mucho la un tanto deslavada dirección de George Cukor, cineasta del Hollywood clásico que sembró de perlas al cine por cerca de medio siglo (la "Mujercitas" de 1933, "Las mujeres", "La historia de Filadelfia", "La luz que agoniza", "Nacida ayer", "Nace una estrella", "La adorable pecadora" con Marilyn Monroe, "My Fair Lady"...), pero que aquí estaba claramente en proceso de aprendizaje sobre cómo contar eficientemente una historia. Pero esos determinados momentos mantienen a flote el asunto: la pareja de new richs, los dos actores acabados (cada uno por su cuerda)...

-- Los actores. Más allá de que interpretan a sus roles de manera sumamente teatral, algo que de todas maneras era propio del cine de la época, ellos están simplemente geniales. Esta peli posee lo que en años posteriores los yankis vinieron en llamar un "ensemble cast", o sea, reparto coral a cargo de un grupo de estrellas (bueno, casi todas ellas están olvidadas, pero eran estrellas en los '30s). La anfitriona viene interpretada por Billie Burke, con algunos de los momentos más graciosos de la peli a su cargo, con su neurótica búsqueda de la perfección en lo que en definitiva es un puñetero banquete. Dos miembros de la Dinastía Barrymore (sí, la misma a la que pertenece Drew Barrymore) hacen su aparición aquí: John Barrymore (¡bisabuelo de Drew!) como el actor acabado, en un rol brillantemente dramático, y Lionel Barrymore (hermano de John, y por tanto tío bisabuelo de Drew) como el empresario naviero al borde de la quiebra, haciendo su rol con una bonhomía única (tiene que tenerla, para aguantar al espanto de socialité descocada que es su mujer). Marie Dressler, por su parte, en un rol en realidad muy secundario (es la actriz a medio acabar), se roba la peli en cada una de sus apariciones, sin diálogos especialmente graciosos, pero dichos con una convicción única que la hace simpática y, por qué no decirlo, inolvidable. Y la última mención es para la pareja de new richs conformada por Wallace Beery, que consigue aguantar (actoralmente hablando) los embates de su esposa, la brillante Jean Harlow, que aquí contaba con apenas 22 años (y fallecería a los 26, una pérdida irreparable para el cine de la época); ambos actores con sus modales rednecks hacen agudo contraste con lo estiradete del resto, y no sólo cumplen, sino que están soberbios.

-- Finalmente podemos decir que esta peli tiene un cierto valor arqueológico. A pesar de que no se afirma explícitamente, al ser de 1933 y mostrar a un grupo de ricachones en apuros financieros, se transforma en una radiografía de lo que fue la Gran Depresión. Cuando se hacen pelis del Crack de 1929, se suelen contar desde la baja, desde el punto de vista de los obreros desempleados y tratando de conseguir comida en cualquier parte, pero no demasiadas pelis abordan el tema desde la alta, desde los embates que sufrieron los ricos en sus fortunas personales. Hay un toque de melancolía en esta peli, porque el empresario arruinado no sólo está perdiendo su fortuna, sino que con él se va toda una manera de vivir y entender la vida de un millonario, una en que el dinero es sólo un componente de algo que viene integrado también por los buenos modales y lo que podríamos llamar la aristocracia del refinamiento. Esto tiene su espejo en esos dos actores que están acabados, uno por la edad, y el otro por el cine sonoro. Esta peli es así la despedida a una época en que las cosas eran mejores (bueno, esa idea es de hecho discutible, pero ésa es la tesis de la peli, y cabe decir que la plasma muy bien), mientras que los desagradables advenedizos que vienen pegaditos detrás podrán tener todo el dinero del mundo, pero carecen de los buenos modales y la moral decente que dichas fortunas deberían conllevar consigo: ahí están no sólo los nuevos ricos propiamente tales, sino también la hija rebelde del matrimonio anfitrión, que traiciona a su noviecito con un amante sin estar casados (eran los '30s, recordemos, la moral era distinta en ese entonces, y se suponía que no tenías sexo antes de casarte con tu pareja... y sólo con tu pareja). En ese sentido, la peli funciona eficazmente como retrato de una época, desde una óptica conservadora eso sí, y en términos más generales, como una metáfora de esos procesos de decadencia en donde "lo viejo" con sus virtudes y defectos debe dejar paso a "lo nuevo", con toda la carga de inestabilidad e incertidumbre que eso lleva consigo.

IDEAL PARA: Ver con calma una peli un tanto pesada para los estándares modernos, pero que tiene sus buenos puntos a favor.

VIDEOS.

-- Trailer de la peli [en inglés, sin subtítulos].



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